un cuarto para las siete de la mañana, despierto y pienso al-fin-es-viernes. no tanto por las ganas imperiosas de vivir un nuevo fin de semana, sino porque estuve toda la semana pensando que el viernes sería un día de locos y pucha, es rico salir de la rutina y escuchar en tu cabeza a moby con su bodyrock. y decir sí, ok, hoy día todos nos ponemos wild on. ese viernes estaría todo permitido (dentro de lo legal, claro). llegaba el viaje tan esperado, mi tradición favorita del año uribiano.
siete y media, espero la micro treintaicinco minutos en el paradero de diez norte, pero qué más da. me subo y está repleta de estudiantes y distinguidas señoras que por primera vez quieren verse más viejas para que les cedas el asiento, pero qué más da. me bajo en uruguay casi por intuición, no veo nada con tanta gente, decido seguir a los proyectos de enfermeras y matronas que reconozco por sus uniformes de siempre, pero qué más da.
ocho y treinta minutos, entro a la sala de cuarto año, me siento retrocediendo en el tiempo a las clases de anatopato, mientras escucho las últimas frases de una canción melosa. están mis veinte compañeros, los puntuales, como solía ser yo antes que desaparecieran por arte de magia el millar de 209-colón que existían (no fue un sueño), el año pasado.
diez y treinta, termina la clase. salgo de la sala. víctor, me llevas a viña?
y no recuerdo mucho más.
según dijo alguien después, eran las diez con cincuenta en punto. un ruido. un silencio. vidrios. los gritos. las miradas atónitas de mis cuatro compañeros. entre el temor y algunas lágrimas, preguntamos casi al unísono están-todos-bien. y estábamos bien.
bueno, al viaje finalmente nunca llegué. o sí?
M° Francisca Betancour

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