Hemos construido una selva de concreto y metal. Es inhabitable tanto para animales desnudos como para los que usamos ropa. La hicimos hostil, lo suficiente como para romper nuestros cuerpos, quebrar nuestra voluntad y marchitar nuestros corazones.
No hay cuerpo vivo que aguante la presión, no hay mente pensante que soporte el ruido. Todos hemos de caer y ser recogidos por los que guardaron fuerzas, y cuando tengamos la fuerza, hemos de usarla en recoger a los hermanos caídos. Unos sí y otros no, puesto que logramos olvidar también, que todos somos hermanos. Los golpes sacaron la humanidad de nuestros corazones. El ruido ensordecedor nos hizo olvidar.
Ahora tenemos ojos que miran, pero no ven; oídos que oyen, pero no escuchan; mentes que trabajan, pero no piensan; corazones que laten, pero no sienten. Somos salvajes habitando una jungla inhumana, somos depredadores sin presa, criaturas sin hogar. Las leyes de la supervivencia del más apto las dictan políticos. Nueva natura.
¿Qué pasó con la compasión? La hemos vendido. ¿Qué pasó con la libertad? La vendimos también. Todo es igual traducido a números. Ya no necesitamos el respeto: hemos creado la moneda.
Pero la selva de concreto y metal no era perfecta. El sol nacía, y siempre, sin falta, caía. Así fue que inventamos el tiempo. Nos esclavizamos con relojes. Inventamos los años, meses, días, horas y minutos, y por si acaso también: los segundos. ¿Cuando hemos de darnos cuenta que Dios no usa reloj?
El verde lo reemplazamos por gris, pues donde había árboles, nosotros pusimos rascacielos. Donde había tierra fértil, nosotros pavimentamos. Ya no necesitamos ríos, ahora hay acueductos. Las montañas, si estorban, se pueden dinamitar; nunca se han quejado. Los senderos desaparecieron porque caminar se considera primitivo, nosotros preferimos arrojarnos a cientos de kilómetros por hora a todas partes, en cajas de hojalata y plástico: automóviles (muchísimo más seguro).
Quiero que las enredaderas envuelvan el cemento y lo erosionen, quiero que las raíces de los árboles fisuren el concreto, quiero que las criaturas arrollen las rejas y que los cimientos sean la piedra viva. Nos hemos convertido en hojas de otoño en un mundo perenne.
A esta selva de concreto y metal la hemos llamado "mundo".
JCS
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