Una vergüenza de grito

La escuela de medicina de la Universidad de Valparaíso posee tradiciones e intereses que la distinguen dentro de sus pares. El Viaje o la iniciativa realizada por primera vez el año 2009 conocida como Medicarte son ejemplos claros de éste plus. Sin embargo, hay una mancha oscura dentro de sus tradiciones, y a decir verdad, bastante vergonzosa. Ésta tradición ha sido heredada de otras escuelas de la UV, y de hecho se escucha en toda manifestación pública de forma constante y desesperante, de forma banal y estúpida, y esto es el grito, o mejor dicho, la prolongación del grito de la universidad. Yo desde que lo escuché por vez primera jamás lo repetí, porque entendí al instante que era todo menos lo que yo quería. ¿A qué parte del grito me refiero? A estas alturas del relato ya resultará evidente: “sin los pacos, sin los cuicos, sin rector”. Yo estudié en un colegio particular en Santiago, y no sólo particular sino que católico, incluso con sacerdotes -muchos- viviendo en sus instalaciones atávicas. Mi decisión para la educación superior siempre estuvo en ingresar a alguna de las universidades tradicionales estatales, no porque estuviera en contra de la educación privada per se, sino que porque a mi modo de ver las cosas, son las distintas universidades públicas los últimos reductos donde la participación de la comunidad estudiantil es significativa y gravitante, donde de verdad los alumnos pueden contribuir de forma política -en el sentido más amplio y civil de la palabra- a los intereses de la sociedad. Desde ese punto de vista, una universidad tradicional estatal es o debiera ser un punto de encuentro, el más plural en la sociedad probablemente, donde converjan distintos credos, colores políticos, etnias y cosmovisiones. Pero el grito propugna exactamente lo contrario a lo que es la educación pública estatal: una ausencia brutal de pluralismo y tolerancia, un “resentimiento” -esta palabra da para otras tertulias- vacío y carente de sentido y finalmente una exclusión en lo que debiera ser él o uno de los puntos más inclusivos y participativos de la sociedad. El llamado que hago yo y todos los que piensan así al respecto -que no deben ser pocos- es a cambiar esta costumbre esencialmente no universitaria -no da espacio a la universalidad-. ¿Cómo? Sencillamente callando, de una vez y para siempre, este grito que ofende más a nuestros intelectos que los intelectos de los destinatarios, destinatarios a fin de cuentas irresponsables de una odiosidad estúpida.



Paulo Gnecco Tapia.

5 comentarios:

Nacho Hernández dijo...
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Muy de acuerdo con la crítica (si bien ahora las palabras las pronuncio casi por costumbre) ((aunque "sin los cuicos" aun me duele)).
El grito o la extensión de él tuvo su razon de existir en algún momento, pero creo que es tiempo de avanzar en torno al objetivo común. La UV está mejorando y nuestro grito no lo representa.

Y más verguenza aun no tener grito de medicina...

Anónimo dijo...
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Te encuentro toda la razón, es un grito que ofende los ideales de nuestra universidad y la educación pública en general. Deberíamos callar todos este grito infame
Saludos

Rodrigo dijo...
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Si bien la costumbre puede ser fuerte, el grito no ayuda mucho (en verdad en nada) a la visión de "pluralidad" e "institucionalidad" tanto nuestra como de la comunidad en general sobre la u. Con un silencio podríamos hablar más.

Unknown dijo...
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Me gustó lo que escribiste, te apoyo 100%!!
Desde que lo escuché por primera vez como que no entendí el sentido de esa frase... pero dije bueno será.. me alegro de que haya gente que piense lo mismo :)
saludos paulo!

Kathy H.

Anónimo dijo...
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Es el grito de la UV, no se la Escuela.

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